Dicembre de 2013
Rosana en verano (diciembre) es
una especie de paraíso sofocante habitado por personas cálidas. Un pequeño
pueblo de frontera entre los estados de São Paulo y Mato Grosso do Sul, más cerca
de Paraguay que de Campinas, donde vivo (a quince horas en autobús,
concretamente). Imparto un par de clases en el campus de Primavera.
Después de comer, mi colega Ewerton
y yo nos asfixiamos en un coche sin aire acondicionado en busca del Paraná. El
baño es reponedor. Estimula pensar que las aguas en las que flotamos seguirán su
curso hasta alcanzar el Río de Plata y cruzar Argentina. Lástima que no podamos
alejarnos demasiado de la orilla. Hay que estar atento a las rayas.
Vuelta a Campinas, y Agustín. Un
canario al que conocí de casualidad. Me pasaron su teléfono y le escribí por si
le apetecía tomar algo. Al poco tiempo (¿una semana?) fui testigo en
su boda. Después (¿otra semana?), su compañero de piso. Dejaba la pousada de Barão Geraldo (un cocherón,
realmente) y me mudaba a su condominio
fechado. Así es como vive la clase acomodada brasileña, en lujosos residenciales
privados defendidos como castillos del siglo XXI: pase el índice de su mano izquierda por el lector para abrir el portón;
el de la derecha para avisar a seguridad si está siendo atracado.
Pero eso no es Brasil. O es sólo
un Brasil. El minoritario. El que quiere parecerse a Europa. El verdadero
Brasil, el sudamericano, el que mira a Brasil, lo descubrí en los bares de
esquina. Tascas descuidadas y sucias donde nunca te darán una cerveza que no
esté completamente gelada. Un Brasil
globalizado, claro, pero donde pocos cambian su zumo natural o refresco de
guaraná por una cocacola, y donde las franquicias se atrincheran en los centros
comerciales ubicados en las afueras. Un Brasil de ciudades concurridas que
huelen a carne a la brasa por los cuatro costados (las barbacoas se improvisan
en cualquier rincón) y en el que los comerciantes anuncian sus ofertas con
megáfonos mientras los vendedores ambulantes exhiben con total impunidad sus productos
falsificados.
Descubrí también, con Agustín, el
Brasil noctámbulo, que pasa la noche de los fines de semana bailando al compás
de la repetitiva (con perdón) música sertaneja,
o que vibra endemoniadamente en los clubes de funk, el ritmo preferido de las
favelas. Que sensación tan extraña, la primera vez: ser prácticamente los únicos blancos en un local nocturno abarrotado de gente que se mueve como accionada por
corriente eléctrica. Zapatillas de deporte, cadenas y gorras parecen ser parte del
uniforme recomendado. Nosotros, con nuestras bambas, vaqueros y polos
informales, somos dos bichos raros; suerte que el cacheo en la puerta es
exhaustivo y que los travestis acaparan casi toda la atención.
Navidad. Agustín vuelve a España,
y yo a Barão.
El 24 por la tarde llego a São
Paulo. Ewerton me ha invitado a pasar las fiestas con los suyos. La primera
parada es Interlagos, donde comemos copiosamente en casa de sus abuelos, un par
de calles por debajo del famoso circuito de carreras. La familia de mi amigo
vive en un área popular, realmente muy humilde. En los barrios obreros la
autoconstrucción imprime a la ciudad una imagen variopinta, pero también un
poco decadente. En la calle los niños juegan descalzos al fútbol. Hay gente que
descansa tumbada en la acera y el cielo está poblado de cometas.
La familia de Ewerton es
encantadora, acogedora, generosa. Sus vecinos también. La comida, abundantísima.
La Navidad se celebra como Fin de Año;
tal vez más enérgicamente. A las doce de la noche nos felicitamos, estallan mil
petardos y comienza la cena, aunque para entonces yo ya estoy servido. Las
partes traseras de las viviendas comunican y la gente va de un lado para otro,
convidando, festejando. Hago mi propia ruta sin itinerario. Una cachaza por
aquí, una pinga por allá, una caipirinha
por acullá (¡vaya, la de kiwi es muito
boa!). A dormir y vuelta a empezar (es una celebración 24h).
La cocina,
como anoche, sigue repleta de fuentes de comida. Desayunamos y el padre de Ewerton
saca de la nevera un par de cervezas. Serán las diez de la mañana. Poco a poco
van llegando familiares y el tráfico de vecinos vuelve a fluir. Carne asada,
dulces, bebidas y mucha buena gente.
La experiencia me ha encantado y
repito en Nochevieja, ahora en casa de unos tíos (carne asada, dulces, bebidas
y mucha buena gente). Todos hacemos noche allí. A mí me toca el suelo de la
cocina, que comparto con el padre de familia. Soy el invitado de honor y se
nota: hay gente durmiendo en los coches y al raso en las hamacas de la terraza.
Otra celebración 24h. Toca descansar.
Hace cuatro meses que llegué a
Brasil. He aprendido algo de portugués, he saboreado frutas y raíces tropicales,
he hecho nuevos amigos, me han despertado las maritacas y me he acostumbrado a
correr esquivando tupinambis. He visto moscardones (o lo que sea que fuera
aquello) del tamaño de un paquete de tabaco y me han picado decenas de
mosquitos Aedes; he machacado a otros tantos y, de momento, he conseguido esquivar
el dengue. He comido manjares por dos duros en la calle y he calmado la sed con
cocos y jugos de caña con lima. He conversado, he disfrutado de mi tiempo en
los bares de la gente humilde y también lo he matado en los shoppings de la clase media-alta. He viajado,
he aprendido, he enseñado, he disfrutado, he vivido.
Y me he acordado de ti, cada día.
Maritacas en São Paulo
8 comentarios:
Qué bonito todo lo que dices, me he emocionado Juanma.
Sigue disfrutando de la experiencia.
Esperanza
Muchas gracias Esperanza. Disfruta tú también de la tuya, que no entiende de fronteras.
Un abrazo
Interesante crónica viajera, Juanma. Lástima no ser ya joven para intentar irse por el mundo y conocer a muchos otros seres magníficos con los que estamos embarcados en el mismo planeta y en el mismo tiempo.
Saludos.
José Antonio
Muchas gracias por tu precioso comentario, José Antonio.
Un abrazo
¡Me encanta tus comentarios Juan! Por instantes me siento más cerca de mi tierra. Disfrútalo mucho!! No olvides de aprender la samba también.
Abraços,
Patricia Lopes
Pronto te despertarán otras maritacas :) Pero no mucho, te lo prometo.
Muito obrigado Patrícia. Eu fico muito feliz de saber que você gosta do meu textinho. Ainda não aprendi a sambar, mas eu acho que já sei como fazer caipirinha ;-)
Abraços.
Bendita duermevela Smile, sacrifico gustoso la siesta :-)
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