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sábado, 7 de septiembre de 2013

bum, Bum, BUm, BUM



Relato breve


El obrero piensa en cómo se empieza a escribir un relato, ausente por completo del concierto de máquinas silbantes que le envuelven. Se pregunta si los libros existen primero en la cabeza, y después en el papel. Imagina que, posiblemente, se tiene una idea, una sinopsis argumental como la que ocupa las contraportadas, pero nada más. El resto surge conforme se escribe, sorprendiendo, tal vez, al propio autor. El obrero duda entre si el escritor nombra a sus personajes al azar o roba la identidad de sus seres queridos. Considera, también, en qué momento es escogido el título. El obrero no conoce a ningún escritor, y en la mecánica monotonía de su trabajo siente curiosidad por todas estas cuestiones.

El obrero es un ávido lector, y ha hecho de la literatura un refugio seguro, un lugar de evasión. Siente predilección por la novela policíaca, que devora (se zampó la saga completa de Bevilacqua y Chamorro en apenas un mes). Nunca trata de resolver ningún misterio, pero saborea cada línea, maravillado con el papel del policía, del guardia civil, del detective…, aunque sin identificarse jamás con él, ni anhelar tampoco vestir su piel. Treinta y tres años ocupado en la misma máquina, repitiendo mecánicamente la misma labor, han borrado de su mente toda idea de promoción. Treinta y tres años: el tiempo que bastó a un judío para sentar las bases de una de las comunidades más grandes de la Historia; el lapso en el que un macedonio ensanchó las fronteras de la civilización más allá de donde ningún hombre hubiera soñado llegar jamás. Treinta y tres años: el vacío transcurrido desde que el obrero pisara por primera vez aquellos suelos de madera ennegrecida por la carbonilla y el aceite recalentado. El obrero está estancado, y se sabe sólo una pieza más del gigante de acero y humo.

El obrero es un autómata que acciona palancas. Se pregunta cuántas veces relee el autor su novela antes de considerarla acabada. Llega a agobiarse cuando calcula el tiempo que demanda la revisión y corrección de un tomo grueso; mucho, demasiado. Visualiza al escritor ante una pila de folios mecanografiados, ausente en él todo interés, cualquier emoción por alcanzar un desenlace de sobra conocido. El obrero prefiere ser lector. No tiene que esforzarse en crear individuos a los que insuflar vida, ni tampoco en inventar historias intrigantes que contar. No necesita preocuparse por la ortografía, ni devanarse los sesos en descripciones evocadoras de una realidad soñada. Tampoco sufre la angustia del folio limpio, ni de la falta de inspiración. Se limita a recibir pasivamente el trabajo esforzado de otras personas. El obrero lee como un autómata.

El obrero no sabe cómo se fabrican los libros, ajeno por completo al funcionamiento de una imprenta. Para él, la elaboración de un tomo es un misterio equiparable a la construcción de una pirámide. Jamás ha oído nombrar a Gutenberg, ni mencionar un incunable. Sin embargo, ha leído a Homero, a Shelley y a Garcilaso, a Cervantes, a Virgilio y a Stevenson, a Flaubert, a Manrique, a Wolfe y a un joven Kafka. Su mundo está dibujado en negro sobre blanco, pero ignora la tramoya escondida tras la editorial, los trucos que la literatura se guarda en la manga. El obrero es un ignorante cultivado.

Libros, escritores, escritores y libros, páginas impresas, letras, palabras, frases, párrafos, historias, escritoras, escritores, tramas, ediciones, libros, cómo, qué, dónde, por qué, escritores y libros quién. Pensamientos galopantes al ritmo impuesto por la máquina. Chum, chum, chum, clac, clac, clac, chum, chum, clac, clac, escritores, libros, clac. El obrero, fundido al hierro, sin libertad. El obrero, sin un físico por el que ser descrito, sin un nombre por el que ser llamado, sin una identidad por la que ser reconocido. La mano que acciona palancas, clac, clac, clac; la mente que vuela, escritores y libros; el deseo por saber, cómo, escritores, qué; la inquietud, la duda, la imaginación, el misterio, ediciones, libros, quién; la destrucción del recuerdo, clac, clac, BUM: la nada. El obrero es la carne del olvido

            

Juan Manuel Cano Sanchiz

Lee aquí otros relatos: Angustias // Entierro


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Como siempre me sorprendes con tus relatos, con tu estilo personal de narrar las situaciones cotidianas, y como hacer de una persona gris un ser especial. Gracias por hacerme reflexionar y emocionarme con tus relatos.

Tu padre

Ciudadano dijo...

Gracias a ti, papá, por todo...

Anónimo dijo...

Me ha meocionado mucho el relato, el último párrafo me ha tenido en tensión y me ha erizado el vello. Que brillante eres hermano-primo.

Ciudadano dijo...

¡Muchas gracias querido hermano-primo! Es estupendo que te guste y me llena de alegría.
Por cierto, tienes que probar la comida japo-brasileira de por aquí...
Un beso

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