Visita recomendada
El Museo Numismático Nacional, gestionado por la Casa de Moneda de México, ocupa las instalaciones de la antigua Casa del Apartado (el nombre deriva del “apartado” del oro presente en las menas de plata recibidas en su fundición), en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Su ubicación tiene, por tanto, un doble interés. De un lado, el propio edificio, como contenedor del museo, es al mismo tiempo su pieza más interesante, pues se trata de un espacio original para la producción de monedas en activo entre el siglo XVII y finales del XX. Por otro lado, el museo se ubica en una zona de la ciudad con alta densidad de población y muy activa desde el punto de vista comercial, a solo algunas centenas de metros de atractivos turísticos de primer orden, como la Catedral Metropolitana o Templo Mayor.
En la Casa del Apartado puede leerse la evolución de las técnicas y las tecnologías empleadas en la fabricación de dinero en los últimos cuatro siglos. Se trata, además, de un escenario de internacionalización, revelado por las huellas de la interacción entre elementos originalmente mexicanos y españoles, primero, y norteamericanos, después; y también por la presencia de tecnologías de procedencia diversa (Alemania, Inglaterra, Francia…). El museo tiene además el atractivo de ser integral en varios sentidos: ofrece una musealización del propio espacio, insertado en su contexto urbano; de los procesos de producción; y de los productos acabados (monedas, medallas y billetes).
A destacar
La fábrica, por tanto, constituye uno de los principales activos y atractivos de este museo. Destaca la riqueza de su colección de máquinas y herramientas, de procedencia y cronología variada. Pero, sobre todo, el hecho de que estas se encuentren in situ y, en su gran mayoría, operativas. Incluso la red de distribución de energía (eléctrica) es original (correspondiente, claro, a una de las fases de explotación más modernas). Todo lo cual convierte este museo industrial y numismático en un caso singular en el contexto internacional.
Algunos espacios presentan valores escenográficos de gran potencialidad. En especial, la antigua fundición donde el oro era separado de las menas de plata. Esta nave, diáfana y de gran altura, tiene una fuerte capacidad para emocionar debido a sus volúmenes, pero también a su atmósfera, a lo que ha contribuido notablemente el hecho de que no se haya retirado el hollín de sus paredes. Es un espacio que puede no solo verse, sino también sentirse (sensibilidad térmica) y olerse. Uno de esos lugares que algunos autores han descrito poéticamente como catedrales de la industria.
Las naves en las que se encuentran las máquinas para acuñación son igualmente interesantes, pues revelan la evolución del espacio (hay añadidos al edificio original muy fáciles de distinguir) y de la tecnología y fuentes de energía empleadas en la fabricación de monedas.
La galería numismática atesora, por su parte, una colección notable, que incluye monedas, medallas, billetes y también algunas herramientas, sobre todo de acuñación. Lo más interesante es el carácter diacrónico de la colección, que permite hacer un recorrido hasta la actualidad por la evolución del dinero usado en México. Igualmente interesante es el hecho de que los objetos que conforman la colección (el dinero) son utilizados para construir una determinada narrativa sobre la historia de México, en la que no se olvida el colonialismo. En ese sentido, el museo consigue superar los límites naturales de los objetos que integran su colección para contar una historia de connotaciones e implicaciones mucho más amplias.
Por otro lado, el Museo Numismático Nacional cuenta con una biblioteca y un rico archivo histórico que están abiertos (parcialmente, de momento) a investigadores y estudiosos. Es también motivo de felicitación el amplio número de publicaciones producidas por su equipo, así como los eventos académicos que organizan. Más allá de lo puramente educativo o relacionado con la investigación, el museo cuenta también con otros espacios de usos múltiples.
Finalmente, pero no por ello menos importante, uno de los activos más valiosos de esta institución lo constituyen sus personas. Gente joven, entusiasta y muy bien preparada, responsable y motivada, comprometida con su trabajo y con que el museo funcione, transmita y mejore.
A mejorar
Desde mi punto de vista, existen también algunos aspectos que el Museo Numismático Nacional podría mejorar. Mi impresión general es que el museo no consigue atraer un número significativo de personas (visitantes y vecinos), a pesar de tratarse de un espacio casi único en el mundo, de contar con una colección excelente y de localizarse en una ubicación privilegiada. Varias razones explican este problema.
En primer lugar, el museo aparece como un elemento hermético y frío en un contexto urbano abierto y cálido, con el cual no consigue dialogar a pesar de sus esfuerzos. Entiendo que un espacio que pertenece a la Casa de Moneda de México exige rigurosas medidas de seguridad. Pero me parece que esto crea una distancia entre el museo y la comunidad. El museo da la espalda a la calle.
En segundo lugar, y en relación con lo anterior, el museo también resulta frío desde un punto de vista humano. En los espacios de trabajo todo el protagonismo es para las máquinas y, salvo las menciones de los intérpretes, no hay huella ni presencia de las personas que, con su trabajo, entregaron entre estos muros una parte importante de sus vidas. Desde ese punto de vista, este es un espacio de ausencias. Esto también contribuye a crear distancias con el público, que encuentra difícil empatizar con la numismática, un tema que, al menos en apariencia, cuenta con escasa carga emocional. En este sentido, me gustaría destacar las palabras de un antiguo trabajador de esta fábrica (hoy museo), que lamentaba que se hubieran retirado los objetos personales que los obreros dejaron junto a las máquinas, huellas de su paso y testigos de su existencia. «Verlo vacío es triste», decía, al tiempo que advertía desde la sabiduría de la experiencia que «una fábrica no son sus máquinas, son sus obreros».
En tercer lugar, y en línea con esta higienización, creo que en general ha habido una limpieza excesiva. Esto se aprecia con claridad, por ejemplo, en la caldera de petróleo Babcock & Wilcox ubicada junto a las naves de acuñación. Restaurada para lucir como nueva, sin una mancha de grasa, sin una marca de uso, congelada en un tiempo que a nada huele y que nada cuenta.
Por último, creo que el museo tiene importantes dificultades para explicarse a sí mismo, especialmente en las naves dedicadas a la fabricación de monedas. La señalética y la información disponible son mínimas, lo que dificulta y reduce la transferencia de conocimiento. El museo confía esta parte del trabajo a sus intérpretes, que sin duda cumplen magníficamente esta función. No obstante, esto crea una cierta dependencia entre los visitantes y los intérpretes (y los horarios de las visitas guiadas), al tiempo que limita la variedad y flexibilidad de lecturas posibles.
A modo de sugerencia
En suma, y en mi opinión, sería necesario humanizar más este espacio. Se trata de un excelente museo para especialistas, pero su atractivo puede resultar relativamente bajo para quien no tenga interés (amateur o profesional) en la fabricación de monedas o en las monedas en sí. El museo podría intentar, por tanto, diversificar algo más sus narrativas y acercarlas a las historias humanas que, en ciertos puntos, parecen haber sido expulsadas de la imagen creada por sus colecciones.
Es importante mencionar que el museo no es ajeno a este problema. De hecho, existe una excelente y amplia sección dedicada, precisamente, a las historias sociales relacionadas con el espacio y con sus temáticas, tanto en perspectiva pasada (historia del trabajo) como presente (interacción con la comunidad actual). Sin embargo, y desgraciadamente, aun cuando esta parte de la exposición permanente ya ha sido completamente diseñada, su apertura se encuentra paralizada, principalmente por problemas de presupuesto. En mi opinión, concluir este proyecto debería ser una línea prioritaria de actuación, pues podría solventar una de las principales carencias del museo.
Por otro lado, y teniendo en cuenta la abundancia y variedad de espacios disponibles, sería interesante pensar y organizar también otro tipo de actividades más cercanas a los intereses y necesidades de la comunidad, aun cuando ello implique alejarse de las temáticas trabajadas en el museo. Creo que, por ubicación y tamaño, el Museo Numismático Nacional tiene potencialidad para ser mucho más que un espacio sobre industria y dinero. No deja de llamar mi atención, en ese sentido, el valor simbólico de sus connotaciones topográficas. La barriada de Tepito, escenario de marginalidad y desigualdad social, se ubica en las cercanías. Nos encontramos, así, ante un espacio dedicado al dinero en las proximidades de una comunidad con dificultades para acceder a este. En este sentido, y a riesgo de parecer idealista, plantearía el siguiente desafío: ¿cómo podría un museo dedicado al dinero contribuir a reequilibrar las desigualdades económicas del México contemporáneo y, con ello, a construir una sociedad más justa y armónica?
En conclusión, y en cualquier caso, vale la pena conocer este espacio, tanto por sus características únicas como por sus múltiples potencialidades. Museo que recomiendo, en definitiva, al tiempo que felicito a su equipo humano por su infatigable y comprometida tarea en un contexto socioeconómico que no les pone las cosas nada fáciles.
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