A mediados del siglo XIX las piritas extraídas en
Riotinto (Huelva, España) se clasificaban a pie de mina en función de su ley. Si
contenían al menos un 3% de cobre, se exportaban o se mandaban a fundición.
Cuando la ley era menor a esa cifra, se consideraban menas de azufre y eran
destinadas a calcinación, primero, y a cementación artificial, después. Se
fabricaba así una cáscara con una pureza por encima del 75% Cu, que era
refinada en un blíster de c. 98% Cu (Carrasco 2004, pp. 208-209).
La calcinación se llevaba a cabo en unos montones
de mineral que en España eran conocidos con el nombre de teleras. Estas ardían hasta tres meses en un proceso lento y poco
rentable que dejaba escapar humos sulfurosos y ricos en arsénico, así como cenizas
con una pequeña cantidad de metales básicos y preciosos: los morrongos (Carrasco 2004, pp. 209-210).
Estas teleras y sus humos generaron uno de los movimientos obreros de mayor
tensión y dramatismo de la historia minera de España. Las reivindicaciones
acabaron en tragedia y 1888 sigue siendo una herida en la memoria de Riotinto: el año de los tiros.
Teleras en combustión en Riotinto (Nadal 1983, p. 233)
En
la segunda mitad del siglo XIX existían distintos puntos de vista sobre el problema
de las teleras. Los argumentos en contra son de sobra conocidos y las protestas
de ecologistas, agricultores y mineros pidiendo la desaparición de los humos –o
mejoras laborales y salariales, según los casos– han tenido suficiente eco en
la bibliografía al uso (cf. Avery 1985, pp. 181-204). No menos famosa es la
historia del anarquista cubano Maximiliano Tornet –uno de los principales
líderes de las revueltas de los humos– y sus hazañas en Riotinto, que han llegado
a la literatura y al cine: El corazón de
la tierra, novela de J. C. Wilkins (2001) y película de A. Cuadri (2007).
Un fotograma de la cinta de Cuadri, El corazón de la tierra (fuente: Huelva buenas noticias)
Menos
tinta ha corrido sobre las posturas a favor, que existieron incluso más allá de
los intereses de la propia compañía.
Días
antes de los tiros, el 26 de enero de 1888, y por tanto con Riotinto y sus
alrededores en plena ebullición, Daniel de Cortázar, de la Real Academia de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales e Ingeniero Jefe del Cuerpo de Minas, impartía
una conferencia en el Ateneo de Madrid. De Cortázar, esmerado en aclarar que no
debía nada ni a las minas ni a las gentes afectadas por los humos, se decantaba
a favor de las calcinaciones al aire libre argumentando que no eran
perjudiciales para la salud, sino que por el contrario la presencia de los humos reducía las
enfermedades endémicas del territorio y ahuyentaba las exógenas, haciendo
desaparecer fiebres y otros males (De
Cortázar 1888, pp. 26-27). Defendía, también, que siendo incompatibles con la
agricultura, acabar con las teleras era un sacrificio económico mucho mayor que
tener que renunciar a cultivar los campos.
De
Cortázar veía imposible otro tratamiento para los minerales de Riotinto, que
consideraba de los más pobres del mundo: “la
calcinación en montones se impone hoy por hoy en la provincia de Huelva, dada la
pobreza de los minerales, y éste es el único método aplicable en la actualidad,
dígase lo que se quiera, pues si bien no faltan multitud de sistemas
metalúrgicos que en teoría parece resuelven la cuestión, económicamente
considerada, se ve que todos hasta la fecha han resultado ineficaces” (De
Cortázar 1888, p. 9). Pero en este caso el ingeniero de minas se equivocaba.
Los argumentos a favor de las teleras de hombres
como Daniel de Cortázar no calmaron los ánimos de una comunidad castigada por los
problemas medioambientales derivados de la agresiva explotación
minero-metalúrigica del territorio. Tiempo atrás, a finales de 1886, el
Ayuntamiento de Calañas ya había prohibido las calcinaciones en su término. El
ejemplo se propagó por los demás pueblos a la sombra del cielo gris de las
teleras (De Cortázar 1888, p. 20). El resultado ya lo conocemos (cf. Avery
1985, pp. 181-204). La multitud se congregó el 4 de febrero de
1888 en la Plaza de la Constitución de Riotinto agitando estandartes
anarquistas y cantando sus protestas. No se sabe con exactitud qué causó que la
guardia abriera fuego, ni cuantos mujeres y hombres lavaron con su sangre el suelo de una plaza cubierta de cenizas.
La masacre del 4 de febrero de 1888, según el pincel de Romero Alcaide (fuente: La Factoría)
La conclusión de la Rio Tinto Co. tras los disturbios fue que, en cierta manera, los
obreros españoles –the natives, como
eran conocidos por los ingleses– eran como niños, por lo que decidió
intensificar su paternalismo industrial: mejorar el programa de viviendas y el
servicio médico, crear círculos de trabajadores (los casinos) en los que se
pudiera controlar su consumo de alcohol e interferir aún más en la vida
política del pueblo y en la toma de decisiones del Ayuntamiento (Avery 1985, p.
204).
Los acontecimientos de 1888 movieron a la Rio Tinto Co. y a otras compañías
onubenses a adoptar formas de beneficio alternativas a las teleras. Hubo un cambio de método y la vía seca dejó paso a la
húmeda (cementación natural). Apareció, con ello, un nuevo
producto muy rentable en el catálogo de ventas de la compañía: las piritas
lavadas, o descobrizadas, que eran vendidas a los fabricantes de ácido por sus leyes de azufre y metales (Carrasco 2004, p. 210; Avery 1985, pp. 176 y
ss.).
La última telera dejó de humear en 1907 (Avery
1985, 177), pero aún se desconoce el número y el paradero de las personas que
pagaron con su vida poner fin a uno de los primeros conflictos ambiantales de
Andalucía.
Para saber más:
AVERY,
D. (1985): Nunca en el cumpleaños de la
Reina Victoria. Historia de las minas de Río Tinto. Barcelona: Labor.
DE CORTÁZAR, D. (1888): La mina de Río Tinto y sus calcinaciones. Madrid: Tipografía de Manuel G. Hernández.
CARRASCO MARTIAÑEZ, I. (2004): “La Faja Pirítica Ibérica: ¿crisis terminal o renacimiento de un distrito histórico”. In: PÉREZ MACÍAS, J. A.; ROMERO MACÍAS, E. (Coords.): Metallum. La minería suribérica. Huelva: Universidad de Huelva, pp. 203-224
NADAL i OLLER, J. (1983): “Andalucía, paraíso de los metales no ferrosos”. In: DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. (Dir.): La Andalucía Contemporánea (1868-1983), Historia de Andalucía, vol. VII. Madrid: CUPSA-Planeta, pp. 179-240.
DE CORTÁZAR, D. (1888): La mina de Río Tinto y sus calcinaciones. Madrid: Tipografía de Manuel G. Hernández.
CARRASCO MARTIAÑEZ, I. (2004): “La Faja Pirítica Ibérica: ¿crisis terminal o renacimiento de un distrito histórico”. In: PÉREZ MACÍAS, J. A.; ROMERO MACÍAS, E. (Coords.): Metallum. La minería suribérica. Huelva: Universidad de Huelva, pp. 203-224
NADAL i OLLER, J. (1983): “Andalucía, paraíso de los metales no ferrosos”. In: DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. (Dir.): La Andalucía Contemporánea (1868-1983), Historia de Andalucía, vol. VII. Madrid: CUPSA-Planeta, pp. 179-240.
No hay comentarios:
Publicar un comentario