Septiembre de 2013
Estado de São Paulo: 41 millones de habitantes repartidos en 248.209 km2.
Estado de São Paulo: 7 días, 6 camas y cerca de 1.000
km de rodovia.
Aterrizo en Guarulhos a las 18h, anochece. Monto en un taxi
y primer bocado de realidad: el conductor echa los pestillos y me pide que
esconda la mochila bajo su asiento. Acelera y no para en los semáforos en rojo;
no es seguro (los helicópteros de los ricos saturan el cielo). La mayor ciudad de América del Sur pasa frente a mi ventanilla: São
Paulo, nada menos que 11 millones de almas (casi 20, contando su área
metropolitana) deambulando en un aparatoso paisaje de hormigón, a tramos
dramáticamente desvencijado.
Hotel.
Check-in,
ducha, Brahma, cena y a la cama.
Es domingo y está nublado. Echo algo de dinero en un
bolsillo y una cámara compacta en otro. Mi primer paseo es por Paulista, una de las principales
avenidas de la ciudad; llena de gente, llena de ruido. El parque Trianon, un
extraño oasis tropical, pide sitio entre los rascacielos; su calor húmedo me hace
sudar un poco. Me dejo fascinar por la librería Cultura y las casitas de los señores
del cafetal (pequeñas mansiones, en realidad) que han sobrevivido al
desarrollismo.
Hora de comer (12 am). Tomo un par de metros y me pierdo. Me
reoriento y aparezco en Praça da
República, animadísima en domingo. Los puestos de minerales y monedas
antiguas se entremezclan con los de comida. Paseo, bebo agua de coco y pico
algo. Más abajo, las prostitutas disfrutan de su tiempo libre.
Vuelta al hotel. No conviene que la noche te descubra en la
calle, sobre todo si vas solo.
Ducha, Brahma, cena y a la cama.
Desayuno y me encuentro en recepción con mis colegas en
Brasil (aquí he venido a trabajar: patrimonio industrial y ferroviario). Tienen
otra reunión pendiente, lo que me deja tiempo para un último paseo por la
capital. En una calle poco transitada un tipo me pregunta por Paulista. Le indico rápidamente, sin
detenerme. Tiene una brecha en la cabeza y la sangre le corre por la cara.
Más tarde, en el coche de Eduardo (brasileño), todo parece mucho más seguro. El equipaje se queda en
el asiento de atrás mientras visitamos la Cinemateca
Brasileira, en un antiguo matadero rehabi(li)tado.
Disfruto mi primer almoço
por quilo en el campus de la Universidad de São Paulo, una institución moderna
y totalmente gratuita que ni siquiera cobra tasas de matrícula a sus 75.000
alumnos. La arquitectura se abre, sin complejos, a la naturaleza, que lo cubre
todo. Los árboles y el hormigón parecen llevarse bien en este entorno
privilegiado.
Coche hacia Campinas. La rodovia
está literalmente inundada de camiones de morro largo (el ferrocarril apenas
funciona ya en Brasil… interesa potenciar el consumo de etanol). Hay gente
caminando por los arcenes; los más atrevidos sortean el tráfico y cruzan los
carriles. Visitamos los talleres abandonados de la compañía ferroviaria Mogiana, una ruina industrial tan evocadora
como impresionante. Un hombre armado nos recomienda que nos marchemos: está oscureciendo
y algo ha pasado allí dentro. En la calle, un río de gente vuelve del trabajo.
Descansamos en un hotelito rodeado de vegetación. Tipo
barraca de solteros, pero coqueto y arreglado. Flotar en la piscina, de noche, mientras
los papagayos revolotean entre los árboles es reconfortante.
Martes. Nos dirigimos a Jundiaí, donde visitamos otro
antiguo conjunto ferroviario (aquí es donde voy a trabajar). Alguien comenta
que hace unos días mataron a una serpiente de algo más de un metro en una de las
naves. En otra se acumulan unas cuantas carrozas de carnaval. Comemos en un
bar cercano y agradable. Al salir nos invitan a café y a cáscara de naranja
cristalizada. En Brasil la hospitalidad es tradición. Foto para el hall of fame del restaurante. En Brasil
hacer amigos es fácil.
La próxima parada es Bauru, donde estaremos algunos días.
Antes, cuatro horas de carretera. Por primera vez, desde la ventanilla, puedo
ver las estrellas. El cielo está desordenado (como me dijiste), y creo encontrar la
Osa Mayor, allí arriba, boca abajo.
A la mañana siguiente conozco al resto del equipo. Nuestro
(segundo) hotel en Bauru tiene un aspecto un tanto sórdido. Alguien dice que
fue una casa de citas. La funda de mi almohada parece confirmarlo.
Hacemos vida universitaria en un campus igual de abierto y
vivo que el de São Paulo, donde incluso habita un pequeño grupo de macaquinhos. La última noche quedamos
para salir a cenar. Mientras espero en recepción, una pareja de policías con
metralletas y chalecos antibala entra en el edificio. Les sigue un
francotirador. Nadie parece sorprenderse demasiado con este hecho.
Las calles de Bauru, de noche, son un escenario totalmente
distinto. Los travestis se insinúan y, desde los coches, la gente grita cosas
que no logro comprender. Cenamos en un bar donde corren las cervezas y las bandejas
repletas de mandioca y polenta fritas. La música en vivo anima a la gente a
bailar. Es un ambiente muy agradable.
Al día siguiente las despedidas son efusivas. Vuelvo con
Eduardo a Campinas, al hotel de los papagayos. El camino es largo, pero la
conversación muy amena. El rodizio
en la churrasqueira nos deja un estupendo sabor de boca para el resto del viaje.
Fin de la primera etapa.
Estoy en mi pousada,
con una Brahma, escribiendo. Por delante, varios meses para descubrir, para
aprender, para vivir (me gusta compartir esto contigo). Brasil es un país
distinto, de fuertes contrastes, y para un europeo requiere cierta adaptación.
Pero es también una tierra fantástica, llena de oportunidades, de sensaciones…
y de buenas personas (afables, abiertas, familiares) que hacen que todo resulte
más fácil. El suelo aquí es rojo (como el vino, como la sangre) y la naturaleza
rebosa por todas partes. Si, como dicen, la Tierra es Madre, estoy en su
vientre.
Un árbol cualquiera, en el campus de la USP
16 comentarios:
Café, agua, cáscaras de fruta... Todo los que el occidentalismo nos advirtió que no hiciéramos pero que, sin lo cual, no podrías conseguir que Brasil te envolviera y te atrapara.
Nunca dejes de mirar a ese cielo del sur.
¡Gracias por comentar!
Voy con cabeza y soy prudente, pero ya he hecho casi todo lo que nos dijeron que había que evitar: comer en kioskos callejeros, tomar alimentos crudos o poco cocinados, beber agua de las fuentes, consumir hielo (la caipirinha caliente no la venden...); incluso me han picado los mosquitos (aunque el repelente no se me olvida más, que en mi nuevo barrio hay carteles que recuerdan que el dengue puede ser mortal). Y aquí sigo, con las mismas ganas de verte.
Amigo! En Brasil??? Genial! Hazte con todos esos ferrocarriles y bananeras y sigue contándonos. Un saludo. Marta
Estupenda reseña viajera, Juanma. Nada menos que trabajando en Arqueología Industrial... Cómo te envidio...
Ojalá el viaje te sea tremendamente beneficioso. En lo profesional también...
Un abrazo.
José Antonio Ortega Anguiano
Los hijos (o padres, yo que sé) de LA MADRE te saludan con envidia y mucho afecto.
Suerte y mucha Brahma.
Muchas gracias por la información. Por lo que cuentas, desde el primer día, está siendo una experiencia inolvidable. Tu entrada me recuerda algo que leí hace tiempo sobre Sao Paulo, una sucesión continua de bloques de hormigón y campos de fútbol terrizos en los que cada día se inaugura una calle nueva. Espero que disfrutes y aproveches todo lo que puedas durante tu estancia en Brasil. Un fuerte abrazo!!
Un saludazo desde el sur del norte.
Disfruta esas Brahmas fresquitas, trabaja, aprende, vive.. y da alimento a cuantos menos mosquitos mejor!
Genial poder seguir tu periplo por aquí.
Por cierto, en la revista que editamos la Asociación cultural El coloquio de los perros metemos cada año cuatro artículos (las contraportadas de cada ejemplar) de vivencias personales en viajes. Ahora toca publicar el tercer artículo sobre la estancia en Japón de un amigo. Podrías adaptar este tipo de entradas a artículos si te interesa publicarlos en nuestra modesta revista. Resultan treméndamente gráficos y dan idea de lo variopinto que es este mundo en el que vivimos. Ya te concretaré más adelante, si estás interesado.
Un abrazo!
Se me ha colado sin querer una tílde en la segunda E de tremendamente que me está haciendo sangre en los ojos. Disculpen el accidente gramatical.
Te recomiendo que hagas todo lo que te han dicho que evites (menos lo de beber agua en las fuentes), te sentirás más vivo. He disfrutado tu relato, Suerte!
Un relato maravilloso. Como todo lo que haces. Me alegro de que vivas tu estancia con intensidad desde el principio. Te quiere tu hermano primo.
Muchas gracias a todos, de corazón, por vuestras amables y cálidas palabras, que leídas desde tan lejos sientan estupendamente. ¡Nos vemos pronto, en cualquier sitio!
¡Ah!, Ciudadano Mane: encantado de poder colaborar con El coloquio de los perros, gracias.
Suerte
Magnífico relato, Juanma. Me alegra mucho saber que, pese a la inseguridad que se palpa en el ambiente, estás disfrutando en estos primeros días de tu "experiencia brasileira". Estoy seguro de que la aprovecharás al máximo tanto en lo personal como en lo profesional. Sigue deleitándonos de vez en cuando con tu Diario. Sirve a la vez para tenerte cerca y para evadirse de nuestros pequeño espacio vital. Un fuerte abrazo, amigo.
Se me olvidaba: ¡soy José Antonio!
Muchas gracias José Antonio. Como siempre, me alegra leer tus palabras.
Esto no es para nada tan inseguro como lo pintan desde Europa. De hecho, es un país fantástico, aunque hay que andarse con cierta prudencia, claro.
De nuevo, muchas gracias a todos por vuestros comentarios, que he leído con enorme ilusión.
Abraços
No hagas caso a Smile (Café, agua, cáscaras de fruta...) que te vas a llenar de occidentalismo haciéndote cacota.
¡Qué va! No te digo que en otras zonas menos desarrolladas del país haya que andarse con cuidado, pero en el estado de São Paulo es cuestión de descartar los locales poco higiénicos (y aún así, en alguno me he metido y tampoco me ha pasado nada...).
Hay que hacerle mucho caso a Smile y mirar el cielo desde aquí abajo. A veces, hasta te encuentras con gente en la Luna...
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