El conjunto de la Sierra Morena cordobesa vivió una industrialización
más o menos intensa en directa relación con la minería. Los combustibles y
metales (abundantísimos) bajo su suelo atrajeron al capital internacional, e
incluso a algunos de los grandes emprendedores de la Europa del momento, como
los Rothschild. Dada su ubicación serrana y alejada del mar, los yacimientos
cordobeses dependieron por completo del ferrocarril para abastecerse de
materias primas y dar salida a sus productos; es decir, para ser rentables. Se estableció así un estrecho vínculo entre
los capitales invertidos en minas y ferrocarriles (las compañías ferroviarias
dependían, a su vez, de la actividad extractiva, que le proporcionaba materias
primas y combustibles), de manera que a lo largo de los siglos XIX y XX los
grupos inversores mejor posicionados consiguieron un amplio control sobre los
recursos del territorio y sus medios de distribución, generando un ejemplo
paradigmático de dependencia tecnológica en el marco de una actividad económica
de corte colonialista.
En este contexto, la francesa Société Minière
et Métallurgique de Peñarroya se alzó como un
gigante en el norte de la provincia, cuyo paisaje modificó dramáticamente con
sus minas, trenes, poblados y talleres. La Cuenca del Guadiato, otrora una
deprimida tierra de pastos, se convirtió así en un centro industrial, económico
y social de primer orden; en un espacio de desarrollo, trabajo, inmigración y
conflicto.
Testigo de toda aquella actividad, Peñarroya-Pueblonuevo (y los
municipios circundantes: Belmez, Espiel, Fuente Obejuna, Villanueva del Duque,
Alcaracejos…) atesora hoy uno de los patrimonios industriales más ricos y
diversos del panorama europeo. Algo que contrasta, de un modo casi doloroso,
con su lamentable estado de conservación y escaso grado de protección.
Estampa típica del Cerco Industrial, entre la ruina y el abandono
Es urgente, por tanto, poner en marcha programas sistemáticos de
activación y valorización de dicho patrimonio, que han de tener en la alta
difusión un punto innegociable de partida. La potencialidad del patrimonio
industrial peñarriblense como recurso cultural, social y de empleo está fuera
de toda duda. Hablamos de un legado capaz de acoger actividades de muy diverso
tipo, desde visitas turísticas y culturales hasta programas más ambiciosos de
recuperación y reuso. Un legado que no sólo se compone de bienes materiales,
sino que se extiende también por el contexto cultural generado por la
industria, heredado por la población actual en el vocabulario, las costumbres o
la gastronomía, entre otras muchas facetas.
Un grupo de alumnos de Arqueología Industrial de la UCO visita el Cerco Industrial
El Cerco de Peñarroya, un yacimiento
arqueológico industrial sin parangón en Andalucía, incluye estaciones
ferroviarias, talleres, fundiciones, industrias químicas, edificios para la
administración y planificación, infraestructura para la generación de energía
eléctrica… Los espacios de producción y trabajo en Peñarroya se extienden por
toda otra serie de instalaciones, como la Fábrica de Papel, la de Tejidos o la
Harinera (todas con proyectos de recuperación completados o en marcha). Destaca,
en este sentido, el Almacén Central (en directa conexión con el Cerco), una
obra del taller de Eiffel recientemente recuperada en su totalidad para la
población de la comarca, aunque carente aún de una dotación de contenidos fija
y bien programada. Peñarroya es además
un territorio minero. Quiere ello decir que no se entiende sin su paisaje
subterráneo, manifiesto al exterior en los pozos y escombreras que salpican
la superficie del municipio.
Instalaciones de la mina Santa Rosa, rehabilitadas para su próxima apertura al público (arriba), y Dirección de la SMMP, futuro hotel minero y actual residencia para ancianos (abajo)
Junto con todo ello, Peñarroya conserva un amplio patrimonio industrial
no vinculado strictu sensu al trabajo: casas obreras y de la dirección, hospital minero,
biblioteca, plaza e iglesia de Santa Bárbara, mercado de abastos, etc.
Inmuebles, todos ellos, fundamentales para comprender los modos de vida de la
sociedad industrial. Especialmente atractivo resulta el Barrio Francés, una isla arquitectónica dentro del panorama vernáculo del resto de
la región. Se trata de un espacio de sumo interés desde el punto de vista de la
arquitectura, pero también para entender el ambiente social de la Peñarroya
industrializada, la estratificación de la comunidad y la lucha de clases.
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