Un perro andaluz no es cine dominante. No sigue el modelo de representación institucional. Esto queda claro desde el comienzo, cuando el ojo (del espectador) es brutalmente destruido -o metamorfoseado en otra cosa (en agujero)-, preparándosele, así, para ver algo distinto, para mirar un cine otro, que diría Poyato.
Se trata de un texto fílmico en cuyo relato el
tiempo y el espacio han sido, como el propio ojo, despedazados. Es por ello que
la película no puede ser leída desde la narratividad, y menos del mismo modo en que se lee el relato literario.
La significación de las imágenes de Un perro andaluz
deviene de otros parámetros, como la densidad semántica de los objetos, que
funcionan como metáforas/metonimias de conceptos muchas veces abstractos: el
sexo, la muerte… Yuxtaposiciones imposibles, como el hormiguero en la palma de
la mano, anotan un significado que va más allá de la materialidad y emana de la confrontación de ideas, habilitando lecturas
diferentes que trascienden el valor de sus propios signos. El montaje (que más
que suturar, en el sentido de raccord,
separa) juega asimismo un papel semántico destacado, así como las rimas
visuales que establece: por ejemplo, entre la luna atravesada por la nube y el
ojo por la navaja.
En suma, Un perro andaluz es un filme
que se separa radicalmente del cine clásico americano, y que por tanto ha de
ser percibido de otro modo. Un cine difícil, que reta al espectador y le exige la
mirada limpia que sólo se alcanza con el sacrifico, brutal, de la destrucción
de lo pre-sabido.
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