El relato de Emilia provocó una gran risa en todo el auditorio,
se elogió la oración como buena y santa, y, finalmente, el rey
ordenó a Filostrato que prosiguiese, y él lo hizo así:
- Queridísimas amigas mías; los hombres os hacen mucha burla, sobre
todo los maridos, pero a veces sucede que una mujer se la hace al
marido; entonces debéis alegraros y pregonarlo a todos los vientos,
para que los hombres se enteren de que si ellos son astutos, vosotras no sois
tontas. Esto puede seros de utilidad, porque cuando una sabe
que otro sabe, no se atreve ligeramente a engañarle. Os voy a decir
lo que una joven de baja condición hizo a su marido.
Hace poco que en Nápoles un hombre pobre tomó por esposa
a una bella y gentil mocita llamada Peronella; él trabajaba de albañil, y ella hilaba, viviendo ambos
como mejor podían. Cierto joven, viendo a Peronella, se enamoró
de ella; sus súplicas fueron tantas que al fin logró
convencerla. Para poderse ver
acordaron que cuando el marido fuera temprano a trabajar, el joven esperaría y entraría luego en la casa. Esto hiciéronlo muchas
veces. Cierta mañana, Juanillo Strignario, que éste era el nombre del mozo, entró en la casa. Al cabo de poco tiempo regresó
el esposo, y al encontrar la puerta cerrada llamó, diciéndose: «Dios mío, alabado
seas, porque me has hecho pobre,
pero
me has dado una buena y honrada esposa. Por eso cerró
la puerta
al salir yo, para que no pudiera entrar nadie que la importunara».
Peronella, al ver al marido, dijo:
- ¡Ay, Juanillo,
muerta soy! Ha llegado mi
marido, a quien Dios confunda. No sé qué me ocurre, pero ha
vuelto, quizá te vio
entrar. De momento, métete en este tonel y yo iré a
abrir.
Cuando ella hubo abierto la puerta, comenzó a lamentarse:
- ¿Cómo
vuelves tan pronto? ¿Acaso no piensas trabajar? ¿De qué vamos a comer
entonces? ¿Crees que voy a aguantar que empeñes mis ropas, mientras yo me paso el día
hilando, e incluso
se me separa la carne de las uñas, y todo para tener al menos aceite para encender la lámpara?
Hablando
así y llorando, siguió:
- ¡Ay, pobre de mí! ¡Qué desgraciada soy! Me podía haber casado
con un hombre de bien, y no quise. Las otras se solazan con sus amantes, no
habiendo ninguna que no tenga al menos dos o tres, haciendo pasar a sus maridos
la luna por el sol. Yo, mientras tanto, por buena me veo en estos
aprietos. No sé cómo no hago lo mismo que ellas. Entérate, marido, que si
quisiera hacer algo malo, tendría con quién, pues son muchos mis pretendientes.
En cambio me porto bien, mientras tú vienes a casa, cuando deberías estar
trabajando.
- Vamos, mujer, no te pongas así; ya sé quién eres y más lo he
comprendido esta mañana. Salí a trabajar, pero no nos habíamos acordado de que
hoy es San Gedeón, y es fiesta. He vuelto a casa, pero ya he pensado la manera
de tener pan, porque a éste que viene conmigo le he vendido el tonel, que sólo
sirve de estorbo, y él me da cinco florines.
Dijo entonces la mujer:
- Tú que eres hombre y sabes las cosas del mundo, has vendido el
tonel en cinco florines, pero yo, mujer, sin apenas salir, lo he vendido en
siete a un buen hombre que ahora está dentro para probar si es sólido.
El marido, al oírlo, dijo muy contento al otro:
- Buen hombre, vete con Dios; ya has oído que mi mujer ha
vendido en siete lo que tú me comprabas por cinco.
- Sea en buena hora -dijo el hombre, y se marchó. Peronella dijo
al marido:
- Ven, y trata nuestros negocios. Juanillo, que estaba con el oído
atento, al oír las palabras de Peronella, salió del tonel y disimuladamente
preguntó:
- ¿Dónde estás, buena mujer? -Aquí estoy. ¿Qué quieres? -dijo el
marido. Juanillo dijo: -¿Quién eres? Necesito hablar a la mujer con quien ajusté lo del tonel.
El marido repuso: -Habla,
que soy el marido. Entonces dijo Juanillo: -El tonel parece sólido, pero debe
de haber contenido heces, porque hay algo seco que no puedo cortar con las uñas; así que
no me lo llevaré si no me lo limpiáis.
Peronella terció diciendo: -No se deshará el trato por eso. Mi
marido lo limpiará. El marido se dispuso a limpiarlo. Peronella, simulando ver lo que hacía, puso la cabeza dentro, y con la mano señalaba, y decía:
- Raspa ahí, y aquí, y aún queda acá. Juanillo, mientras tanto,
como no había saciado su apetito, al amparo del tonel se aferró a ella y llevó
a cabo su deseo, concluyendo casi al mismo tiempo que la limpieza de la barrica.
Luego, se separaron, y el marido salió de donde estaba.
- Toma la luz, buen hombre, y observa si se ha limpiado a tu
gusto -dijo Peronella a Juanillo.
Este miró
y escarbó, respondiendo afirmativamente; luego pagó los siete florines, e hizo
que le llevaran el tonel a casa.
BOCCACCIO, G. (1351): El Decamerón, traducción de C. Oriol,
Ediciones en Joyas Literarias (2ª Ed., 1970), Barcelona, pp. 289-291.
A Tale from The Decameron (J. W. Waterhouse, 1916)
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